Las historias de vida recorren cíclicamente un espiral que se va agrandando. Vamos repitiendo, creando, inventando las formas de nuestro recorrido y de apoco reconociendo quienes somos, por qué pasamos por lo que pasamos y eligiendo qué queremos ser: la vida es sorpresa constante para maravillarnos SI LA DEJAMOS.

 Alguna vez en mi adolescencia pensé en la posibilidad de enseñar algo que me/nos transforme pero desconocía qué nombre podía tener. Todavía pensaba que YO debía tomar las riendas de mi vida pero se me enredaban todo el tiempo, sentía que iba tirada por caballos desbocados. Entonces trabajaba de camarera y recorría tan desorientada como deleitada las aulas de un profesorado de letras que me llenaba de teorías, análisis, muchas  historias tan asombrosas como comunes con pasajes ocultos, sobre muchas personas con incógnitas , y que me fascinaron con el lenguaje de la tribu, de la vida. Una vida que también entendía desmenuzada  entre las mesas de los shoppings y las cocinas de los restaurantes, entre gente familiera o unipersonal ... que cocinaba para gente ocupada que mal comía o gente aburrida que se preocupaba en qué comer... 

Mi maternidad me traslado a otros escenarios y empecé un verdadero doctorado con la llegada de mi primera hija: aterrizó hermosa con sus ojos grandes abiertos, ansiosos de ver el mundo. Ella empezó a correr el velo: me llevó o la llevé -la Unión alterna líderes- a ensamblar familias. Llegaron más seres divinos con conocimientos para este posgrado eterno -la Unión siempre es plural-: un compañero guerrero galáctico con el que compartimos el resguardo de nuestras hijas tesoros, y dos seres sabios y revoltosos que hicieron explotar el pos grado.

Entre esos caminos mi anhelo encontró su nombre: era Vivir  la Unión pero  se llamaba Yoga y nunca dejaría de aprenderla y enseñarla. 

   Soy Viviana Lettieri, otra de vos.